La inquietud humana by Francisco Sicardi

La inquietud humana by Francisco Sicardi

autor:Francisco Sicardi [Francisco Sicardi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: F
editor: SAGA Egmont
publicado: 2021-11-22T00:00:00+00:00


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CANTO III

LA ODA

Alma intranquila, ¿dónde vas? ¿Acaso,

oh insacïada, agita tus entrañas

una furiosa Erinis, con hastíos

de lúgubres suicidios? Necesitas

vivir en brega eterna. Han sucumbido

los bellos arquetipos. Desolada

por la tierra caminas. ¿Dónde vas?

Un nuevo pueblo te condensa. Roma

aferra tu inquietud y crea la oda.

¡Qué ímpetus homicidas! ¡Qué violencias

en la bárbara marcha y qué brutales

anhelos de conquista! No estás quieta,

alma insaciada. ¡Oh Démon! (1). ¡Oh taladro

de imperios roedor! Se extinguió el himno.

Roma pasó sobre él, desparramando

la estéril sal. ¡Oh Roma, creadora

de las odas salvajes en feroces

y seculares pugnas! Los granitos

y los hierros del Orbe, de los mares

la procelosa vis, de las tormentas

el tifón destructor, toda la fuerza

y el valor sanguinario se acumulan

en su legión, que puebla de carroña

á la tierra ululante. Mata, muere

con sublimes desprecios. Por las vegas

blanquean los osarios, en la selva,

en las gargantas áridas. La Luna

ilumina, en los campos silenciosos,

las sombras de las madres agachadas,

buscando el cráneo de los hijos. Vierte

el firmamento lágrimas. Sollozan

con la greña en borrasca, las mezquinas

desesperadas en la fuga. Lejos

en sus castrametata las legiones

cantan la oda victoriosa; danzan

cerca la hoguera báquica, en tumulto,

con alaridos de fantasmas locos

y al desamparo de la noche corta

como un chucho de horror el exterminio.

Luego á Roma en trïunfo. Es una alegre

fiesta de los ejércitos en marcha,

un coruscar de escudos y de yelmos,

entre brillar de lanzas y robustos

altisonantes peanes, sobre alfombras

de flores pisotadas por las cargas

de la cerrada multitud jadeante,

ebria en tropeles hacia las legiones

con estentóreo fragorear. Clanguea

la victoriosa clarinada. Roma

aclama á sus heroícos. Han vencido

la estepa helada, la quemante arena

por el simoún abrasador, las selvas

llenas de espectros y pavuras. Oíase

por las densas malezas en la noche

medrosa, quieta, espeluznante, un lúgubre

apurado tañer, como de ocultas

campanas al excidio concitantes,

copioso y sin cuartel. Gime la selva

en estertores moribundos; rugen

huyendo los leones en la sombra;

irrompen las falanges, vencen todo

á los guerreros, á los misteriosos

de la tiniebla horrores. A la tierra

vencida dan arenas y dan templos,

acueductos y leyes... Formidable

es el alma de Roma. Sus soldados

cantan la oda muriendo; las estrofas

indican las hazañas. En triunfo

pasa el dux en su carro con la frente

de laurel coronada. Los corceles

se abalanzan, relinchan... Infinito

un rumor de tormenta, un milenario

fragor rompe los aires en tumultos

de los Alpes al mar. Detrás arrastran

en la penosa marcha las cadenas

esclavas los cautivos. Sus tobillos

gota á gota desangran; canallesca

la plebe insulta; sobre los caïdos

van las borrachas carcajadas. Ellos

piensan en las banderas rotas; piensan

en los templos manchados, en los dioses

de los altares arrancados. Dicen

adiós á sus montañas, á las selvas,

á las tumbas lejanas, solitarias,

de los mayores, al idioma muerto,

de la tierra nativa al alma augusta

entenebrada. Secas sus pupilas

están como desierto; una dureza

de pedernal hay en el ceño. Nadie

los ultrajes perdona. Las ciudades

fueron quemadas; arrasado el suelo,

derruídas las iglesias en sangrientos

pedazos, sepulcro de las liturgias

patricias, y se pudren los despojos,

á los sepulcros arrancados, bajo

la lluvia en las estepas. Huyen. Huyen

las vírgenes violadas en los miedos

de la nocturna bacanal, ó gimen

bajo el beso convulso de los sátiros

con los labios en sangre. Los poetas

un monumento de perenne bronce

irguen al triunfador. Entre el tumulto

de la plebe Vercingetorix marcha

cautivo no vencido, con el rostro

y las pupilas de odio, á la cabeza

de la turba harapienta.



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